viernes, agosto 22, 2008

Más conectividad... ¿o menos?

En un evento de la semana próxima (26 de agosto de 2008) en la Cámara de Diputados, a decir del Portal del Desarrollo, se presentará una discusión sobre el modelo de la Red Nacional del Conocimiento propuesta para México. Son notorios tanto los puntos que tiene en común como los que no con el evento de la revista Política Digital al que hice referencia unos párrafos antes en este mismo blog. Uno no puede sino desear que haya una clara articulación de estrategias.

México necesita sin duda alguna al menos dos avances sustantivos en el aprovisionamiento de nuevas redes de comunicación (para Internet, digámoslo explícitamente) de carácter público:

1. una extensión del alcance de las redes de banda ancha y alta calidad para los proyectos más diversos de la sociedad que no sean susceptibles, al menos en su inicio, de sustentarse en mecanismos de mercado. No son sólo proyectos de gobierno. Son proyectos de pequeños negocios basados en tecnología, son accesos a pequeños negocios que no son de base tecnológica pero requieren comunicación por Internet, son proyectos sociales, académicos, personales: los "proyectos de autonomía" que describe Castells en su libro de 2007, maravilloso, sobre la transición a la Sociedad Red, que he reseñado aquí;

2. una red de "core" de muy alto rendimiento con distribución y acceso igualmente de alto rendimiento para los grandes proyectos académicos, principalmente de las universidades pero también de otros tipos de instituciones, entregada en fibra obscura para algunos de sus usos y administrada, para otros. El mínimo absoluto deseable de anchura de banda es 1 Gbps y las aplicaciones de muchos proyectos requieren conectividad internacional a 10 Gbps. Ah, y hay mexicanos convencidos y competentes para usarlas; véase entre otros a José Bernardo Rosas, a quien conocí ayer, quien ha alcanzado algunos récords de velocidad y lleva su vida regularmente a 40 Gbps.

Para que estos dos grupos de metas sean alcanzables se requiere un "core" público que casi inevitablemente deberá funcionar fuera del mercado, como lo fue la red inicial de CUDI, provista por una empresa pública o privada visionaria y nacionalista.

Y, lo más difícil de lograr una vez que se disponga de la red, una arquitectura institucional, una gobernanza, sin desperdicios ni duplicaciones que enfoque los esfuerzos en logros reales con impacto medible y centrada claramente en su visión.

¿Estamos acercándonos a esa arquitectura o están en marcha fuerzas centrífugas capaces de impedirlo?

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